Digan lo que digan, contra viento y marea

Dicen los viejos sin ánimos de vivir, que los jóvenes estamos destinados al fracaso en los tiempos que corren. Dicen, que nada de lo que hagamos será de ayuda para salvar una situación que se desborda y que de nada servirá nada, que deberíamos resignarnos a emigrar, a coger nuestras cosas e irnos al norte o a donde sea renunciando a un derecho que está amparado en nuestra constitución.

Luego hablan los jóvenes idealistas que se creen capaces de cambiar el mundo solo con buenas intenciones, aquellos que iniciaron un movimiento global, y que ahora mismo, lo han abandonado por lo que se ha convertido, abandonando con él, el último resquicio de esperanza para renovar una clase política en decadencia.

¿Y donde se encuentra la esperanza de la humanidad en un pueblo sin iniciativa y con miedo?  ¿Donde está la esperanza de una sociedad que reclama derechos, pero que no sabe cuáles son estos tan siquiera, dejándose llevar por una marea de medios politizados hasta el tuétano?

Luego quedamos nosotros, un puñado, de una y de otra ideología. Críticos de críticos. Quedamos aquellos que creemos que el mundo hay que cambiarlo, pero no con gritos y con protestas, si no con trabajo duro y arduo, con valor y tesón sin tenerle miedo al fracaso.

A nosotros, esos que luchamos todos los días por querer hacer del mundo un lugar mejor, pueden decirnos que nuestros proyectos quedarán apilados en los cajones de grandes despachos, que nuestras ganas solo sirven para  perder un tiempo preciado en nuestros estudios, pueden decirnos todo aquello que quieran.

Pero hay una cosa que jamás podrán hacer, y es decir que nos quedamos con los brazos cruzados siendo testigos de cómo el mundo se desmorona, y es por ello, que ha llegado el momento de pasar a la acción. Porque solo aquellos que construyen el futuro, son dignos de juzgar lo ocurrido en el pasado.




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