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Mostrando entradas de octubre, 2021

Lux

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Si lleváramos una linterna al Medievo, dirían que se trata de magia del Diablo. De que el hilo carbonatado que tantas quebraduras de cabeza le dio a Thomas Alba Edison es pelo del mismísimo Lucifer, y que las baterías son duendes a pedales dentro de una cápsula de aluminio. Porque cuando todo está oscuro y la fe no llega, el ser humano siempre busca ese atisbo de luz que le permita seguir adelante, y es por ello que su ingenio a lo largo de la historia le ha llevado a dar claridad a la penumbra, aunque no fuera a base de leña y fuego. Siempre hemos creído que no se puede vivir en la oscuridad. Que nuestro instinto de supervivencia no puede equivocarse cuando nos dice como debemos actuar. Porque no siempre es esperar a ver la luz al final del túnel como si la esperanza tomara forma, a veces el truco está en llevar siempre una linterna encima. Hay que tener fe, sí. Pero también el valor de confiar en uno mismo.

Sin prisioneros

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En épocas de guerra hay derechos de la Constitución que quedan suspendidos, de igual forma que rara vez se hacen prisioneros a la luz del día, por todo aquello que es discutido y discutible. Siempre existirá la eterna pregunta de si el fin justifica los medios, si todo vale en la guerra o en el amor, de si los términos “bien” o “mal” están sujetos al código deontológico de una sociedad cada vez más enferma por una pantalla que por un libro. Y ante esta tesitura, este es el mensaje del nuevo credo que aventura más lágrimas que alegrías, pero cuya meta te hará ser quien quieres ser. De que nada ni nadie se interpondrá en el camino que has trazado, de que lo original escasea, y que si por donde pasaba Atila no crecía la hierba, que donde pongas el pie la tierra se acabe abriendo a tu paso.  Porque estás en guerra, en guerra contigo mismo. Y cuando estás en la guerra solo puedes hacer una cosa: ganar.

Diablo

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  Un diablo y un demonio no son lo mismo.  Un demonio es aquello que te atormenta desde el interior, y el Diablo siempre actúa desde fuera.  Lo hace sobre los pensamientos y la debilidad de los hombres. Sobre la capacidad de sufrimiento que pueden o no poseer. Sobre la capacidad de sacrificio que dicen tener.  Es el Diablo quien nos presenta los retos más duros; quien nos pone delante las montañas en lugar de las piedras, y quien nos lanza la fuerza de la gravedad sobre nosotros para impedirnos caminar. Es el Diablo quien nos susurra mientras dormimos para que nuestros demonios cobren fuerza en el interior, quien los alimenta diciéndoles que no existe la esperanza y que es mejor renunciar a todo aquello que te has propuesto porque es imposible. Y esa es la palabra. La maldita palabra que viene a tu cabeza cada vez que las fuerzas flaquean.  Supongo que es por ello que he decidido adoptar al Diablo como compañero de viaje en lugar de enfrentarme a él, para que me azuce a rendirme

2.180 kilómetros

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2.180 kilómetros dan para mucho que pensar. Dan para contar el número de canciones que tienes en castellano entre las más de 1.300 pistas que guardas en el USB, para temer por tu vida y la Hacienda portuguesa si no te funciona el telepeaje, para abrir tu corazón y mostrar rincones que nunca antes habías expuesto, e incluso para tomarte una cerveza con esa familia que hacía años que no veías. Es lo curioso que tienen los viajes de carretera. Esos viajes de coger el coche e ir a la aventura sin tener tan siquiera un hotel reservado, solo el depósito lleno y las ganas de quemar asfalto, revolucionar el motor y dejar que el sol se ponga a tu lado, mientras que en el otro llevas al amor de tu vida. Y es que estos viajes que nacen de las locuras, que nacen de los pálpitos y de las corazonadas, son siempre las verdaderas intenciones que se disfrazan de razón. El saber el camino a seguir por difícil que sea, y seguirlo, es el compromiso no solo con uno mismo, si no con quién confía en