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Mostrando entradas de junio, 2019

Fe

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Llegará un día en el que nos encontraremos ante la tumba de la esperanza. Ese instante en el que la pesadumbre sea una carga tan dura que cerrar los ojos para dormir sea la única salida que veamos, que las manos ya no te respondan a ti, si no a los propios espasmos fruto del cansancio y de los sinsabores. Llegará un día en el que el alba se alzará teñida de rojo sangre. Ese momento en el que los sueños se caen hechos añicos de cristal y despertamos para sumirnos en la pesadilla. En el descontrol que tenemos por vida y que no somos capaces de controlar, porque nos sobran cabos y nos faltan noráis en el puerto.  Y cuando llegue ese día tienes que recordar que la vida no es justa, y que solo aquellos que saben sufrir son quienes acaban llegando a la línea de meta. Que todo lo malo acaba pasando si uno es capaz de sobreponerse y que nada está perdido, mientras haya quien siga creyendo en ello. Porque a veces no hay mayor salto de fe, que el creer en uno mismo.

Honestidad leal

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Si hay algo que admiro realmente de la gente es el poder de la voluntad humana. El poder de anteponerse a cualquier muro o piedra por una causa cuando esa causa es justa y verdadera, cuando se tiene la firme convicción de que eso es lo correcto. Esa chispa en la mirada que se observa con tan solo verse a los ojos. Si ese fin común, si esa causa que enaltece hasta el más pequeño de los corazones es verdadera, ni nada ni nadie podrá parar a quienes crean en ella. La honestidad es quizás, junto con la lealtad, los dos valores que más pueden caracterizar a una persona. Y son dos valores que marcan la diferencia. Los que nos hacen marcar diferencias. Son dos valores que nos permitieron lograr lo imposible creyendo en nosotros mismos, con la verdad por delante y siendo fieles a nuestra palabra.  Esto último es algo que no todo el mundo puede decir. Y es por ello que seguimos y seguiremos unidos, pues compartimos una causa común. Una causa en la que creemos y que está por en

Sangre y salitre

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El dolor nace de las manos, de la mezcla de la piel que se arranca en cada final de palada, de la sangre que brota de las llagas y del agua salada que te bautiza de nuevo. Pero a pesar del dolor, no sueltas el remo. A pesar del dolor, no dejas de luchar.  Son esos nervios que se escurren por las piernas cuando se escucha el grito ensordecedor de la proa dando la salida. Es esa palada de agua fresca que se mezcla con el sudor y te ciega. Cuando cierras los ojos porque ya no puedes más. Cuando tus músculos decidieron pedir pan por señas y se pusieron en huelga porque ya no te sostienen. Recuerdas las primeras regatas en este deporte. Las buenas y las no tan buenas. Todas acumuladas en trozo de trapo que llevas en la frente. Buscas en los años pasados cómo hacías para enfrentarte a esto, y cuando lo haces, comienza a latir de nuevo ese corazón oculto que tenemos todos situado en el lado derecho del pecho. Y todo sale por pelotas. Porque te aferras el remo a pesar de tener l

Agua y arena

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Las gotas de agua de una palada que te refrescan la cara mientras el sol te ciega desde el horizonte. La brisa del viento que lleva el olor de la hierba recién cortada. El estar sentados en una mesa comiendo los de siempre. Las risas de complicidad con los buenos amigos. Un beso con los altavoces reventándote los oídos y que lo silencia todo. El olor a salitre. El cantar con tu hermano en el asiento trasero del coche en un inglés que no entendemos ninguno. Tomarse un café con tu abuela al lado del mar. Los abrazos de mamá cuando los días son largos, o los consejos de papá cuando tienes que tomar una decisión importante. Cuando son tantos los detalles que marcan el carácter y el ser de cada uno, te das cuenta de que no son los grandes acontecimientos de la vida los que te cambian, si no ese agua que llena las rendijas que hay entre las piedras y la arena del tarro del tiempo.  Que la esperanza siempre ha permanecido viva y permanecerá mientras exista vida, que como dijo un