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24 de septiembre de 1994

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Parece que los años no pasan, pero terminan pasando para todos. Te das cuenta de ello en los detalles más inesperados; en detalles que van desde encontrarte una foto que creías perdida hasta una anotación que hiciste en el instituto, pasando por CD’s llenos de música y fotografías de tu adolescencia. A veces no somos conscientes de lo que construimos día a día, mes a mes. Dejamos que la vorágine de lo rápido nos engulla sin pararnos a pensar por un momento en los ladrillos que ponemos. En que no es cuestión de hacer la casa, si no de cómo se hace. Dicen que cuando llegamos a la cima de una montaña estamos en la base de la siguiente, pero rara vez nos paramos a contemplar las vistas. Y hay vistas que no se repiten dos veces, de igual forma que no hay dos relámpagos que persigan la misma ráfaga de viento.  

Y punto

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Por todas las veces que te dijiste a ti mismo que cuando jugamos a esto, no había nada que perder. Por todas y cada una de las lágrimas que se vertieron en silencio sin saber si era el camino correcto o no, solo siguiendo hacia adelante porque había algo que te decía que era lo adecuado. Por las carcajadas generales que después terminaron por convertirse en respeto, y porque los caminos difíciles siempre fueron los que mejor marcaban la forma de ser, los que te hacen levantar con más fuerza que la que llevabas en la caída. Porque el destino no se escribe, se vive con cada acto que realizamos. Se construye a base de decisiones que se amalgaman con sueños y sudor, y se apuntalan con la integridad del carácter, por difícil que sea la situación. Porque eso no puede copiarse, y porque nuestra forma de actuar es innata a la concatenación de sucesos que durante décadas te han formado, y eso no puede sustituirse por plastilina deformable. Y punto.

¿Por qué no?

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Si algo enseña el deporte es que sin sacrificio nunca podrás conseguir nada. Que lo que cae del cielo en su gran parte es lluvia, o la cagada de algún pájaro. Incluso hasta una teja suelta si hace mal tiempo. El deporte te enseña y te obliga a cumplir, aunque las circunstancias no sean las mejores. Te obliga a hacerte mentalmente fuerte, a curtirte, a llevar golpes con barras de acero para hacerte duro, rápido y… ¿por qué no?, también algo más listo. Te enseña a seguir tu propio camino, a tomar decisiones difíciles y a no fallarte. Sobre todo, a no fallarte. Te enseña a luchar por tus metas y por tus sueños; te enseña a decidir y a discernir las gamas de grises que hay entre los blancos y negros. Y es que hay decisiones que en ocasiones dan miedo… Pero quizás no debas tenerlo, y menos a seguir siendo un árbol torcido, porque como reza un antiguo proverbio chino: El destino de los árboles rectos es terminar como tablones, cuando los torcidos siguen con su vida. Sigue adelante, c

Sunlight

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Beethoven para mi siempre ha sido un músico, compositor y personaje histórico especial. No sé si fue por el Claro de Luna que salía en el anuncio de Audi, o la partitura oculta que tenías que tocar en el Resident Evil para evitar morir tras entrar en un cuarto, igual que tampoco tengo claro si fue por el hecho de que contaba con una severa limitación que no le impidió seguir haciendo historia. Claro que hay horas y horas de trabajo detrás de un sueño, claro que hay frustración, depresión, ansiedad y muchas lágrimas en la soledad de quien se enfrenta a los grandes retos. Pero esos momentos no son diferentes de los que tuvieron que vivir otras personas a lo largo de la historia; momentos que vivieron todos quienes quisieron ser leyenda, y que solo la fuerza del carácter y la dureza mental de quien no se rinde entiende y comprende. Las limitaciones con las que contamos no son otras que aquellas que nos imponemos nosotros mismos, y si es en la noche donde debemos de enfrentarnos a

Statu Quo

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No sabría bien como definirlo; si como un calor en el vientre que irradia a todo el cuerpo o como una corriente eléctrica que te recorre desde la cabeza hasta los pies. Es como un minuto de limpieza mental; el ver a través de las brumas y cruzarte durante un fractal de segundo con la meta, con la tan ansiada meta que está después del bosque de espinos, de las partidas de ajedrez y de los juegos de pociones. Es como esa ansiedad que tienes que aplacar cuando te dicen que te queda un minuto de serie de entrenamiento, como las ganas de que pase el tiempo centrándote en el punto B, en lugar de disfrutar del camino que hay desde A. Es el tener la consciencia de que todo irá bien, de que estás preparado para los retos que vendrán, y que siempre habrá un lugar al que regresar. Siempre habrá un hogar esperando y un plato encima de la mesa, un techo sobre el que resguardarse y la certeza de que el que no arriesga, nunca gana. Hemos arriesgado hasta ahora y tampoco nos ha ido tan mal. Po