Diablo

 


Un diablo y un demonio no son lo mismo. Un demonio es aquello que te atormenta desde el interior, y el Diablo siempre actúa desde fuera. Lo hace sobre los pensamientos y la debilidad de los hombres. Sobre la capacidad de sufrimiento que pueden o no poseer. Sobre la capacidad de sacrificio que dicen tener. 

Es el Diablo quien nos presenta los retos más duros; quien nos pone delante las montañas en lugar de las piedras, y quien nos lanza la fuerza de la gravedad sobre nosotros para impedirnos caminar.

Es el Diablo quien nos susurra mientras dormimos para que nuestros demonios cobren fuerza en el interior, quien los alimenta diciéndoles que no existe la esperanza y que es mejor renunciar a todo aquello que te has propuesto porque es imposible.

Y esa es la palabra. La maldita palabra que viene a tu cabeza cada vez que las fuerzas flaquean. 

Supongo que es por ello que he decidido adoptar al Diablo como compañero de viaje en lugar de enfrentarme a él, para que me azuce a rendirme y disfrutar del placer de demostrarle que basta con que uno se mantenga firme, para que el mal no logre vencer.

Fe en Dios. Fe en uno mismo. Fe y pasión en todos cuantos actos vayan encaminados a no rendirse jamás.



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