Renacer

El último hombre estaba sentado esperando el juicio final. La tierra a sus pies era pura ceniza y los árboles secos habían dejado de cantar con el viento apagado de la tierra. El agua hacía días que no existía, y el fuego había consumido carne y sangre por igual. La oscuridad le ganaba la batalla al Sol que se negaba a salir de su refugio en las nubes.

Pero él continuaba ahí impasible esperando por su hijo. Un hijo que viajó pero que no volvió de la batalla, un hijo que se perdió en el fragor y en el sentimiento de la lucha. Un hijo en el que había depositado toda su esperanza.

 El tiempo había dejado de existir. Ya no gobernaba en un planeta deshabitado y destinado a sucumbir al eterno poder de la muerte. Pero entonces, justo cuando el ocaso del mundo parecía inminente, el Sol recordó quien era.

Se negaba a arrodillarse de forma definitiva. Miró en su interior y se reveló contra las nubes. Calor. Levantó su espada, y bañada en fuego líquido, cortó las nubes hasta lograr ver al último hombre de la tierra, aquel que todavía esperaba por su hijo. Se negaba a caer por causa de las sombras y llamó a todo su poder. Confió en su propia fuerza, y entonces comenzó a llover.

Las nubes descargaron sobre la tierra toda su fuerza y furia arrastrando los rastrojos y polvo que reinaba por doquier. Los vientos comenzaron arremolinarse sobre el hombre que miraba con lágrimas en los ojos como la tierra volvía a nacer, como el caballero que había sido su hijo, había tomado la decisión de no rendirse a pesar de haber caído en batalla. De cómo había logrado revelarse a las nubes y a la oscuridad, y devolver la vida al Reino de Imaginación.

Como bien se dice, la Esperanza es lo último que se pierde.

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