Orgulloso corazón marinero


En la lejanía se podía observar el casco del navío. El azul cobalto brillaba sobre las aguas del mar y cortaba a éste como ningún otro lo había hecho en años, en siglos quizás. El sonido de las aguas abriéndose a su paso, el sonido de las olas que impulsaban la nave con el viento de bolina y todo un mundo por conquistar. Se alzaba, como había sucedido antaño, el majestuoso paraje salado al que todo marinero está acostumbrado, y del que todo marinero está enamorado. Ante ellos se postraba la agresividad y la hermosura de lo que era el mar abierto, el corazón del océano,  de un lugar donde el mar batía con fuerza contra las rocas, las puertas del Atlántico.

 Notaban como las maderas crujían, como el viento del norte les acariciaba el curtido rostro, las manos encalladas, las cicatrices cerradas, y de como todo quedaba atrás. Notaban como pasado, presente y futuro era lo mismo. Como no importaba absolutamente nada, ya que lo verdaderamente importante estaba en su interior. El sentimiento de ser hombres libres, de tener por patria la mar, por fuerza la furia de las aguas, y por corazón,  el atardecer en lo más profundo  del horizonte. 

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