Ven conmigo
ahora, porque te voy a llevar allí. A ese lugar abstracto que habita en todos
cuantos lugares ha pisado el hombre sin miedo a perder el control, atrapados en
este mundo cargado de aliento perdido que exhala en los últimos suspiros.
Nací sin este
miedo, y ahora resulta curioso que esto sea lo único de lo que estoy seguro en
mi vida. Necesito moverme, tengo que luchar, necesito perderme esa noche
contigo, necesito morderte el corazón. Traté de vender mi alma la pasada semana
a un mercader de mala muerte para pagarme un par de botellas de ron, pero no me
la aceptaba como moneda, no estaba al nombre del titular de la línea, así que decidí abrir la boca
para besar el aire que respirabas y emborracharme de ti.
Muy lejos
llegaba el eco de tu voz llamando por mí, que no tardara, que me perdiera
contigo, que me tirara toda la noche comiéndote hasta el amanecer, y resulta
curioso que eso sea lo único que deseo.
Charles Mackay era un poeta escocés que recientemente se hizo famoso por la serie de Netflix “The Crown” , cuando una impecable Margaret Thatcher encarnada en Gillian Anderson le responde a Su Majestad la Reina Isabel II con uno de sus trabajos titulado No Enemies (Sin enemigos): ¿No tienes enemigos, dices? ¡Pobre de mí, amigo mío, que orgullo tan pobre! Quien se ha mezclado en la lucha por el deber que soportan los valientes, ¡debe de haber hecho enemigos! Si no tienes ninguno, pequeño es el trabajo que has realizado. Si no has castigado a ningún traidor, si no has alejado ninguna copa de tu labio perjuro, si nunca has convertido el mal en bien, has sido un cobarde en la batalla.” Mackay defendía que una persona que luche por lo correcto siempre tendrá enemigos, y que una persona que no los tenga, habrá vivido como un cobarde. Que no es necesario atacar a aquellos que no estén de acuerdo contigo, pero que sí debes sentirte cómodo caminando con quienes hablen cosas negativas de
Sabes que el ciclo ha terminado una vez lo terminas, y no antes. Es como un ligero mareo cuando te despiertas por la mañana, que no se desvanece después de hacer la rotación del cuello para estirarte. Porque un día te levantas y estás completo. Por fin, y después de tanto tiempo. De años de luchas y de batallas internas. Simplemente lo sabes. No sabes el cómo, pero lo sabes. Lo notas en la contundencia de las palabras que apoyan a los actos, en la claridad de la mente tanto en lo que tienes, como en lo quieres y, lo más importante, en la forma en la que quieres vas a conseguirlo; y es que, a pesar de todo, eso no ha cambiado: Las carreras de fondo, el no rendirse, el seguir al corazón. Todo esto, siempre ha valido la pena. Hemos llegado hasta este punto porque en la balanza entre el corazón y la cabeza, aún en constante equilibrio, siempre ha ganado la pasión a la razón. Y que, para luchar bajo el orballo, siempre se entrenó en medio de la tormenta y el barro. Renace una y otra
Decían los ratones más ancianos del lugar, que cuando un ratón cae dentro de un cuenco de leche, ese ratón se ahoga. Que se muere luchando por aferrarse a un borde y volcar la taza, que se ahoga viendo todo lo blanco que puede ser la luz propia del sol. Decían estos ancianos, que cuando uno cae en el interior del tazón todo está perdido. Que nadie había salido con vida de eso, que no valía la pena intentarlo, ni tan siquiera luchar. Que era mejor liberar el aire de los pulmones y hundirte recordando los buenos momentos y la vida al lado de los tuyos, de los buenos ratos y del camino recorrido hasta ese punto. Un día, un joven ratón de campo criado entre estas historias y dado a llevarle la contraria al mundo, la oveja negra de la familia ratonil, luchando por sacar una galleta de una caja en la limpia cocina de la casa de campo en la que tenía su madriguera, cayó en el interior de un cuenco lleno de leche. Intentó por todos los medios aferrarse a los bordes de la taza,