Las Manos


Hace unos cuantos años, cuanto todavía era un crío, mi abuelo Miguel me dio una de estas enseñanzas que perduran a lo largo de la vida. Me dijo que se podía conocer perfectamente el carácter de un hombre o mujer en función de cómo te saluda dando la mano.

En aquel momento con mis ocho años me quedé con una cara de gilipollas que merecía una foto, ahora, casi década y media más tarde, entiendo lo que me quería decir.

Me decía que un hombre que da un apretón de manos con ganas, firme, y con fuerza,  es un hombre que no tiene nada que ocultar, que va de frente, y que tiene lo que tiene que tener y lo tiene bien puesto, pero que si te saluda con la mano relajada, o una de dos, o es medio manco, o no tenías que fiarte ni un pelo.

Luego me hablaba de su apariencia, de que si eran manos limpias, suaves y con las uñas bien cuidadas, posiblemente en su vida tocara un sacho, una hoz, una guadaña, un aparejo de pesca, o cualquier herramienta que representara el sacar algo de comer de la tierra o del mar. De eso él sabía bastante, tenía las manos curtidas del salitre y siempre manchadas por la grasa de los motores.

No sé por qué, pero hoy mientras estaba terminando el proyecto sobre cierto Astillero más olvidado que el lugar donde Jesucristo perdió las sandalias, me dio por mirarme las manos, por mirar todo lo que hice, lo que me queda por hacer, y lo que me queda por currar.

En estos tiempos que corren, recordé una de las enseñanzas del viejo, y que me gustaría saber cuántos políticos de hoy en día tienen unas manos tan limpias y tan cuidadas como las mías, porque hay cosas que no se tienen que ver con los ojos de cara, si no con los de la tierra, del mar, y del pueblo.

Podrán decir que todos somos iguales, que todos buscamos chupar del bote y vivir a costa del pueblo, pero mi pasado y mi presente, demuestran que conmigo se equivocan.



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