Centella

Te sientas en la hierba con las piernas cruzadas, notas como el rocío te encharca los pantalones pero da igual, el frío es asumible. Miras al cielo, a la inmensidad del firmamento y exhalas  ese suspiro de tranquilidad que llevas acumulando semanas en tu pecho. Dejas que se vaya muy lejos todo el estrés, el dolor de cabeza, el dolor de los huesos y el silencio del alma.

Reniegas de esa sensación de perder una lucha, de querer beber hasta que se te cierren los ojos y te arrastres por la basura. Es hora de dejar todo eso que se agarró a tu garganta para tomar aire de nuevo, de dejarlo caer como si fueran fichas de dominó. 

Entonces lo haces, y empieza a llover. Te ves como la luz más brillante que has visto en tu vida, como un rayo del sol confinado en el interior de una botella. Porque después de respirar, de romper el cristal que te hacía prisionero en el interior del frasco, estallas en el firmamento iluminando el mundo entero. 

Porque quien se acuesta siempre con un sueño, se levantará al día siguiente con un propósito. 


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