In Vino Veritas


Y llegó el momento esperado. El momento que supondría la guinda de un plan trazado desde la mayor de las precisiones cerrando puertas y abriendo ventanas. Confiando ciegamente en el instinto y en que los ideales realmente pueden defenderse si uno cuenta con la firmeza y la pasión suficiente para seguir adelante, incluso cuando los demás creen que no se avanza.

Lealtad no solo para con uno mismo, si no para con la gente que confía en ti. En la persona que te puso ahí para que defendieras el fortín y por la que has llegado a este punto. Al reloj que cuenta las horas a la inversa para estampar la firma mientras suene de fondo alguna de esas canciones que tanto nos transmiten. Quién sabe si no suena un Waterloo. 

Que la Verdad siempre prevalece, y que solo aquellos que renuncian a defenderla son los indignos que serán castigados por ella. Quizás porque la Verdad acaba siendo la fuerza verdadera.

Los que tenemos en nuestra mano la opción de tomar decisiones tenemos la obligación de hacerlo. Los que tenemos en nuestras manos la opción de luchar contra las injusticias que tienen lugar delante de nuestros ojos, tenemos la obligación de hacerlo. Aquellos que creemos realmente en el peso de la ley, de la democracia, y en los pilares sobre los que se asienta todo lo que conocemos, tenemos la obligación moral de defenderlos.

Que como decía el hada Flora: Ahora, Espada de la Verdad, vuela veloz y segura, ¡Que el mal perezca y que el bien prevalezca!

Es que si algo hemos aprendido de Disney, es a dejarnos la piel hasta las últimas consecuencias. Que la armadura no hace falta, y lo único verdaderamente importante, son la fuerza que tengan los latidos del corazón para hacer que la espada se clave en el pecho de la bestia.

Y es que son los latidos de mi corazón los que me dicen: Ahora sí.






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