¡A volar!

Desconozco cuando será la próxima vez que actualice este blog, porque desconozco por completo los pasos que seguiré en los próximos días. Esto es literalmente un salto al abismo. Un viaje de locura y pasión en la que la razón poco o nada importa, en el que el corazón lo es absolutamente todo.

Durante los casi 26 años de vida que tengo no recuerdo haber hecho otra cosa que planearlo todo, de marcarme metas e ir a por ellas, de marcar objetivos y cumplirlos, para con todos y para conmigo mismo. Ahora me encuentro en ese instante en el que sé el comienzo, sé el destino, y la incógnita que es el camino es la sensación más increíble que he sentido en toda mi vida. Esa sensación digna de Juan Salvador Gaviota. 

Ser dueño de mis propios actos, de haber escogido mi camino, de seguir mi voluntad y de tener el apoyo de mi familia, amigos y superiores en todos los estamentos posibles para seguirlo.

Puedo decir que he superado uno de esos puntos de inflexión en mi vida, y camino sobre los restos del naufragio que tuvo lugar a principios del verano, que he cerrado todos los asuntos pendientes, que tengo todas mis deudas saldadas. Que como dice la canción de esta entrada: La vida es un cigarro que no se debe apagar.

Me miraré al espejo antes de cruzar la puerta de casa, deslizaré la mirada hacia atrás durante unos instantes para recordar todavía más el punto de partida. Porque cuando vuelva todo seguirá igual, pero yo no seré el mismo.

El donde es aquí y el momento es ahora. Por fin entiendo las palabras del niño que sobrevivió cuando besó su snitch dorada y susurró para sí mismo: “estoy preparado para morir”.

Llegó el momento de ganarme el derecho de poder tatuarme una golondrina.

¡A volar!


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