Solo
necesitaba tres coca-colas de 350 ml, un paseo hasta el Decatlón, y hablar con
un buen amigo sobre todo lo pasado hace algo más de siete años. Más de siete
años en los que no cambiaría ni una sola coma, ni un solo parágrafo de lo
vivido, ni lo bueno ni lo menos bueno. Me quedaría con todo. Con los marujeos,
la tensión y las risas, con el sabor al vodka malo. Con las luces de neón cegándote el corazón y la razón. Con los palos que nos llevamos y que aún nos quedan por llevar.
Hoy es
de esos días en los que te das cuenta de lo curiosa que puede llegar a ser la
vida. De que existen personas con las que interactuabas sin darte cuenta, y sentados
en una mesa alucinas de las vueltas que da el mundo, agradeciendo el tener
amigos que sigan pensando en ser felices a base de su propia felicidad, y no a
costa de la de los demás.
El
tiempo finalmente acabó poniendo a cada uno en su lugar.
Me es
inevitable el compararlo con la serie de Queer As Folk y con su desenlace,
porque al fin y al cabo los hay que supimos seguir mirando hacia adelante
creciendo en la vida, y los hay que aún intentan aferrarse a esos huecos y
callejones de la baja Santiago de Compostela.
No, no
se puede ser joven para siempre. Ni el vivir siempre de recuerdos.
Charles Mackay era un poeta escocés que recientemente se hizo famoso por la serie de Netflix “The Crown” , cuando una impecable Margaret Thatcher encarnada en Gillian Anderson le responde a Su Majestad la Reina Isabel II con uno de sus trabajos titulado No Enemies (Sin enemigos): ¿No tienes enemigos, dices? ¡Pobre de mí, amigo mío, que orgullo tan pobre! Quien se ha mezclado en la lucha por el deber que soportan los valientes, ¡debe de haber hecho enemigos! Si no tienes ninguno, pequeño es el trabajo que has realizado. Si no has castigado a ningún traidor, si no has alejado ninguna copa de tu labio perjuro, si nunca has convertido el mal en bien, has sido un cobarde en la batalla.” Mackay defendía que una persona que luche por lo correcto siempre tendrá enemigos, y que una persona que no los tenga, habrá vivido como un cobarde. Que no es necesario atacar a aquellos que no estén de acuerdo contigo, pero que sí debes sentirte cómodo caminando con quienes hablen cosas negativas de
Sabes que el ciclo ha terminado una vez lo terminas, y no antes. Es como un ligero mareo cuando te despiertas por la mañana, que no se desvanece después de hacer la rotación del cuello para estirarte. Porque un día te levantas y estás completo. Por fin, y después de tanto tiempo. De años de luchas y de batallas internas. Simplemente lo sabes. No sabes el cómo, pero lo sabes. Lo notas en la contundencia de las palabras que apoyan a los actos, en la claridad de la mente tanto en lo que tienes, como en lo quieres y, lo más importante, en la forma en la que quieres vas a conseguirlo; y es que, a pesar de todo, eso no ha cambiado: Las carreras de fondo, el no rendirse, el seguir al corazón. Todo esto, siempre ha valido la pena. Hemos llegado hasta este punto porque en la balanza entre el corazón y la cabeza, aún en constante equilibrio, siempre ha ganado la pasión a la razón. Y que, para luchar bajo el orballo, siempre se entrenó en medio de la tormenta y el barro. Renace una y otra
Decían los ratones más ancianos del lugar, que cuando un ratón cae dentro de un cuenco de leche, ese ratón se ahoga. Que se muere luchando por aferrarse a un borde y volcar la taza, que se ahoga viendo todo lo blanco que puede ser la luz propia del sol. Decían estos ancianos, que cuando uno cae en el interior del tazón todo está perdido. Que nadie había salido con vida de eso, que no valía la pena intentarlo, ni tan siquiera luchar. Que era mejor liberar el aire de los pulmones y hundirte recordando los buenos momentos y la vida al lado de los tuyos, de los buenos ratos y del camino recorrido hasta ese punto. Un día, un joven ratón de campo criado entre estas historias y dado a llevarle la contraria al mundo, la oveja negra de la familia ratonil, luchando por sacar una galleta de una caja en la limpia cocina de la casa de campo en la que tenía su madriguera, cayó en el interior de un cuenco lleno de leche. Intentó por todos los medios aferrarse a los bordes de la taza,