Saltar al vacío
Cerrar
los ojos y respirar el viento. Sentir las ráfagas de aire que le susurran a la
piel y el torso desnudo acariciado por los últimos rayos del ocaso, el sabor del
salitre en la boca y el sonido de las olas rompiendo con fuerza en las rocas,
con el ímpetu de los caballos salvajes que corren libres por las infinitas
praderas de esmeralda.
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Notas
el aire salado y las gotas de agua que acarician tu cuerpo mientras te acercas
al borde, de pronto, la tierra desaparece debajo de tus pies y el vacio es el
único punto de apoyo. Cierras los ojos y te abrazas a tu destino, sin saber si caerás
en un colchón de agua o las piedras se interpondrán en tu camino.
No
obstante solo hay una forma de saberlo. Cierras los ojos, coges aire, y cruzas
la delgada línea del horizonte que separa el cielo del océano, la vida de la
muerte, el amar, o el estar muerto.