Relato de la Sombra y la Vela


Érase que se era una vez, en un reino muy lejano, una sombra no dejaba de observar la luz de una vela que iluminaba el escritorio del rey. Era una sombra modesta, pequeñita, que únicamente  aspiraba a dejar de encontrarse sola en el mundo, y que se sentía irremediablemente atraída por aquella hermosura, aquella luz que iluminaba las noches desde lo más alto del palacio. Se acercaba tímidamente cada ocaso para observar su larga melena centelleante y su cuerpo de cera, se acercaba para sentir el calor y la luz que brotaba insaciable de su cabello, pero siempre sin que la llama viera a la sombra.

Un día tuvo el valor de acercarse a ella para observarla más de cerca, y la llama de la vela se quedó prendidamente enamorada de él. Sus ojos se cruzaron bajo la luz de la luna y la sombra y la llama cayeron en un profundo y eterno hechizo de amor, pero cuando la sombra se acercó para acariciarle la mejilla, se quemó la mano. La miró con los ojos llenos de lágrimas, y salió huyendo de los aposentos del rey.

Llena de pena, la sombra se sentó sobre el tejado de alguna torre del palacio y observó a través del cristal a su amada intocable. La observaba, la miraba, y cada segundo que pasaba, la sombra estaba más enamorada de ella. Pero de pronto, el rey levantó el candelabro, y con un suave y lánguido suspiro, la extinguió para siempre.

Sintió el pánico en su interior. Cruzó los tejados, las murallas y las ventanas. Se metió por debajo de las puertas, entre las armaduras y entre las piernas de alguna que otra doncella. Corrió todo lo que pudo hasta que al final se plantó delante del candelabro, y cuando lo tuvo delante, con los ojos cargados de lágrimas, se abrazó a la cera caliente.

La luna los iluminaba. El humo de la vela, mezclado con el aroma de la cera caliente y la madera, se hacía jirones dentro de la habitación. Y entre jirón y jirón, se iba formando otro cuerpo.

Cuando la sombra se soltó de la vela, observó el cuerpo de la otra sombra formado por el humo de la llama apagada. Se cruzaron de nuevo las miradas, las lágrimas florecieron del interior de los corazones, y se fundieron en el más oscuro, lóbrego, y cariñoso de los abrazos, para finalmente, fundirse en un eterno beso de amor.

Moraleja: A veces, aunque duela el pelear por un amor imposible, nunca hay que perder la esperanza. Nunca se puede perder la esperanza.

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