Botellas
Hay
historias que, dicen las meigas, están predestinadas. Que están por encima de
lo normal, de lo convencional y de lo de siempre.
Historias
que se escriben en cartas que se envían a sabiendas de que no serán recibidas,
pero que se escriben para poder dejar de pensar en ellas. Como esos mensajes
que antaño se guardaban en botellas que se perdían en la inmensidad de la mar.
Mensajes
en los que se descarga el peso que se acumula; hojas de papel que se amontonan
formando un libro que no deja de crecer y que surgió de la nada. Un libro que
no se contaba con escribir; las cartas de un capitán exiliado a la espera de
terminar su misión.
Y sigues
adelante; gastando las huellas de los dedos, la tinta del bolígrafo y los
atardeceres al lado del mar, pero sin ser el dueño de ti mismo. Que, como dijo
Rafiki en la película de Mufasa: el ojo nunca olvida lo que ha visto el
corazón.