Promesas


Me gusta el dar tu palabra y cumplir una promesa, aunque tardes veinticinco años en lograrlo. Me gusta esa confianza que genera un “lo haré” y lo haces, esa certidumbre y seguridad que hoy en día prácticamente nadie entiende. En un momento en el que a nuestro alrededor todo es artificial, todo es efímero, y todo dura menos de un latido porque la palabra compromiso no tiene valor alguno.

Hay cosas que te marcan el carácter, sobre todo las que ocurren cuando eres tan enano que ni llegas a la encimera de la cocina. Y es en esos momentos en los que te saltas diez años de vida para crecer de golpe, cuando entiendes que no cumplir con lo que se promete, cuando uno no es fiel a su palabra, desencadena las mismas consecuencias que el efecto “Mariposa”; que el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una catástrofe en Estados Unidos.

Me gustan los buenos valores, el trabajo duro y el sacrificio por lograr una meta. Aunque a veces la meta parezca imposible de alcanzar. Me gusta esa sensación de saber lo que significa el verbo prometer.

Porque no hay un día que pase que no recuerde las escasas promesas que hice en mi vida para asegurarme de cumplirlas, quizás por ello prácticamente nunca prometo nada. Y es que soy puto incapaz de olvidarme especialmente de aquellas promesas que se hacen en las tardes-noches de verano, saliendo de la playa y con unas cervezas vacías en la mano.

A veces me pregunto para qué cojones habré dicho nada. Luego recuerdo que hablo más con el corazón que con la cabeza y se me pasa.



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