¡A lo desconocido!

Lo caprichoso que es el destino sirve para recordarte que en esta vida ni nada es fácil, ni nada se regala y que todo tiene un precio.

Hace unas semanas cuando comenzaba con la tesis doctoral, un consejo que me dio un veterano catedrático era que si tenías un objetivo, fuera a por él. Que fuera sin contemplaciones y sin reservas, y lo diera todo cada día por lograr ser el mejor en el ramo, y aunque fuera un poco un día desanimado, era más que nada en el día más animado que tuviera.

Pero seguir ese camino no es fácil. Primero porque serás un incomprendido y a veces hasta un obsesionado, y segundo porque es extremadamente raro encontrar quien esté dispuesto a acompañarte en esa obsesión, que sepa valorar los sacrificios personales como propios.

Y un día sin saberlo llegas hasta una línea que no sabías ni que existía, y de pronto todo cambia. Las palabras ya no solo dejan de serlo, si no que tienen que convertirse en actos. Así que solo quedan dos opciones: o quedarse sobre la línea, o avanzar hacia lo desconocido.

Cristóbal Colón no tuvo miedo de embarcarse en la aventura de cruzar el océano, y mis antepasados tampoco. Y no seré el primer marino al que le de miedo cruzar la línea del horizonte.

Porque la felicidad en la vida no está en la certeza de lo conocido, si no en escuchar a esa voz que hay en nuestro interior que nos dice cuando debemos saltar al vacío. Y si solo tenemos una vida, pues vivámosla de tal manera que la buena huella que dejemos sea imborrable.



Entradas populares de este blog

No enemies

Ratón y mantequilla

Las pilas de Nesperino