Cuando C y D son A


Siempre hay máximas que nos acompañan a lo largo de la vida, igual que hay cicatrices que te recuerdan derrotas y victorias pasadas.

Siempre hay alguna parte de tu cuerpo que almacena esa experiencia, desde un corte hasta un tatuaje, incluso la mirada en el espejo cuando te levantas por la mañana, pero todo tiene un motivo. Todo tiene una razón. Todo tiene un final.

La vida es como un árbol, un árbol que crece cada día y que hay que ir podando para que no deje de crecer, en el que cada enseñanza es un aro más en el tronco, una rama más que acaricia los cielos y un animal más que decide habitar en él.

Es como las respuestas múltiples en los exámenes tipo test, donde la diferencia entre deber y tener son la diferencia entre el suspenso y el aprobado. Al igual que la diferencia entre pensar y hacer, es el conseguir.

Y si estas son las cartas con las que toca jugar la partida, juguemos como si no tuviéramos nada que perder. Como esa vela a la que le arrulla el viento y sigue alumbrando. Como ese corazón que se niega a dejar de latir.

A por los 92 peldaños.


 

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