II

Algo ha cambiado en el aire.

Tú decías que no podías reírte en un día como este, yo no podía apartar la mirada de tus labios, y en el eterno silencio que dura el ascender un puñado de pisos sonreíste dos veces.

Tenía ese maldito nudo en la garganta y el corazón latía rompiéndome el pecho. Con la respiración más entrecortada que una embarazada con contracciones, pero recordé esa frase de un gran amigo sobre la calma.

Hace unos inviernos escribí cual había sido la decisión más difícil que había tomado, y que al mismo tiempo había sido la que más vivo me había hecho sentir nunca, y esto va de escalar montañas. Quizás la decisión más complicada que haya tomado fuera esta, y se trata de un auténtico salto de fe a lo desconocido.

Saltar cerrando los ojos, sin red, y pensar durante la caída libre en todos los cambios que tienes que hacer en tu vida… ¿Vale la pena? A esa pregunta ya respondiste en el momento en el que decidiste saltar al vacío.

La respondiste en el momento en el que asumiste seguir este camino y no poner tierra de por medio; en el momento en el que decidiste quedarte a luchar y en el que, por segunda vez en tu vida, decidiste seguir a la pasión, al corazón, y dejar a la razón tomándose un daiquiri en las playas de Copacabana. 

Porque hay brillos por los que merece la pena no darse por vencido, porque hay cambios por los que merece la pena esforzarse y porque el sol, como me dijo alguien, siempre le vence a la niebla. Siempre.



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