Dante
Dante bajó al infierno de la mano de Virgilio y recorrió cada círculo hasta llegar a las murallas de la ciudad maldita.
Los demonios que vigilaban Dite inspiraban temor para que sólo los condenados pudieran traspasar su puerta; una puerta que tenía grabada la frase: Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis.
Pero las puertas de Dite ya estaban abiertas porque sus goznes se habían roto con anterioridad, mucho antes de que Alighieri se atreviera a iniciar ese viaje, y los rompió quien descendió a los infiernos para resucitar al tercer día.
Los demonios, como no podían hacer otra cosa que asustar para evitar que se cruzaran las puertas tras la intervención divina, no pudieron impedir que Dante siguiera su camino. Hace setecientos años ya perseguían esa máxima de que, si te da miedo, lo haces con miedo.
Y cuanto más desciendes, más estrechos y profundos son los círculos; más pequeños y difíciles de superar. Cada vez más duros, como si la gravedad se condensara en el aire y se licuara la atmósfera.
Desconozco de dónde sale la certeza de la que sólo habla la intuición, pero atrás han quedado estas murallas, al igual que las dejó il Sommo Poeta de Florencia; que se han cruzado los ríos Aqueronte, Estigio y Flegetonte, y que próximas quedan las entrañas de este cono donde aguardan las aguas del Cocito.
Aún queda camino por recorrer para salir del infierno, y no hablemos del purgatorio que señala el camino al paradiso. Aún existe la sensación de que queda una de esas batallas que sólo podemos librar en solitario.
Ha tenido que ser un libro escrito cerca del año 1300 y una canción de los Beatles quienes me recuerden que el Paraíso no se mueve y que, tarde o temprano, llegarás a él. Simplemente, lo dice el corazón; simplemente, déjalo ser.
Y mientras… sigamos matando demonios. Vayamos a por Lucifer.