Salmón


Hay personas que desde pequeñas suelen ser diferentes; que van a contracorriente porque no saben ser de otra forma y no por una cuestión de rebeldía, aunque, con el tiempo, se termine convirtiendo en una especie de marca personal. Simple y llanamente, no saben ser de otra forma.

Siempre se dijo que los salmones sólo nadan con la corriente a favor cuando están muertos, y reconozco que existe cierto orgullo de haber nacido bajo el signo de Piscis.

Cuando empiezas a navegar entre varios mundos profesionales te das cuenta de que la gente que aporta un valor diferencial a un proyecto o causa, es la gente que se sale de lo común. Que, como reza un dicho japonés al que ya le he dedicado algunas líneas: el árbol que crece recto termina convertido en tablas, pero el que crece retorcido sigue con su vida.

Y es que en la vida, tanto la profesional como la personal, va de no querer parecerse a la normalidad aparente de los demás. De ser muchas veces incomprendido y no tener una doble cara por querer encajar, de no renunciar jamás a ser auténtico. De mantenerse leal y firme a una serie de principios y de valores, aunque estas palabras en la sociedad actual ya no signifiquen nada. De ser alguien de palabra y que escribe usando el punto y coma cuando toca, o interrogaciones y exclamaciones en los inicios de frases por Telegram o WhatsApp.

Desconozco en qué momento de la historia la definición de ser un hombre o mujer recto, culto, pasional y racional se ha convertido en un acto de rebeldía. De igual forma, creo que no se me ocurre mejor forma de ser rebelde que el mantenerse fiel con el corazón de uno mismo.

De ser el salmón que no deja que lo lleve la corriente, o el árbol que se retuerce hasta alcanzar los rayos del sol.



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