Tà eis heautón


Nunca es fácil reconstruirse. Nunca es fácil destruir una parte de lo que eres hasta los cimientos para levantar una nueva torre en el castillo; llegar hasta las entrañas de la tierra para que los pilares agarren y puedas elevarte más alto. Es desgarrador, solitario, triste y duro, es el paseo más oscuro en la noche sin luna que tendrás que dar.

Pero cuando te acostumbras a la oscuridad, todo termina por volverse luz.

No puedes apurar la transformación de un gusano en mariposa, ni de una semilla en un árbol. Todo tiene su tiempo, su espacio y su velocidad; todos tenemos nuestro tiempo, nuestro espacio y nuestra velocidad y, en ocasiones, si algo en verdad te importa, lo único que puedes hacer es ver crecer la hierba.

En el libro segundo de las “Meditaciones” de Marco Aurelio, el emperador decía que cuando un anciano y un niño mueren, a los dos se les arrebata lo mismo: el presente. No podemos vivir ni en el futuro ni en el pasado, porque no somos sus dueños, y lo único que es real y que nos pertenece, es el ahora.

Y es que realmente nunca vas a estar listo para un momento concreto y, a veces, la única respuesta que existe, es ser valiente. No hay mejor forma de ser valiente que perderle el miedo a la oscuridad. Que ser la ausencia de ruido que abrace aquellas cicatrices que no se pueden ver. 


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