Plumas de plata

Hay una parte sincera en eso de que, sin dolor, no creces y que, sin metas, no avanzas. Que no es cuestión de tener talento, si no de empujar más fuerte. De trabajar en ti hasta lograr una mente estoica, un cuerpo de atleta y el espíritu del guerrero. De que, si el barco se hunde, lo transformas en un submarino.

Que como decía Lavoisier en uno de los principales axiomas de la ciencia: nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. Que se ha roto el caparazón de Metapod para comenzar, por fin, la evolución hacia Butterfree.

Que has aprendido que se trata de renunciar a llevar de nuevo una armadura puesta porque, en realidad, no protege de tantos ataques. O, por lo menos, de tantos como aparenta. De hecho, y pensándolo fríamente, sólo aíslan y destruyen. Esto es algo que aprendes con los años.

Por eso los magos llevan túnicas que se doblan bajo el viento estival, de igual forma que los corazones de mimbre a los que cantaba Marea. De ser como las plumas de plata que se han batido tanto contra el yunque para forjarlas, que ahora se doblan, pero que ya no se rompen.

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