Punto de encuentro

Llega un momento en el que tienes las piernas a punto de explotar, la boca seca y la cabeza pensando en rendirse. Pensando en que es demasiado para no tener nada a cambio; pensando sobre pensado en pensamientos.

Y es el peligro que tiene nuestra cabeza, que piensa hasta horizontes insospechados y barrunta hasta los rincones más tenebrosos sin que nos demos cuenta de ello. Que cuando el aburrimiento nos azota, nos lleva a deambular por salones que deberían seguir cerrados porque, al fin y al cabo, somos nuestro peor enemigo.

Qué hacer cuando la cabeza te pide que te rindas, cuando te dice que los músculos están sufriendo y que pares. Que correr es de cobardes, y que de nada sirve sufrir más que para saber que sigues con vida. ¿Qué hacer en ese momento?

Lo de siempre. Nuestro punto de encuentro, nuestra piedra filosofal. 

Que si se trata de supervivencia nos guiemos por el instinto y la pasión, que nos guiemos por lo que no entiende a la razón, y que como decían los siux, que nuestros enemigos sean lo suficientemente fuertes como para no sentir remordimientos por derrotarlos.



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