A sangre y oro


La piel tostada por el sol, el salitre que se acumula en las pestañas y el tacto de la madera. El cerrar los ojos notando como se hinchan los pulmones con la respiración, los ánimos fruto del nerviosismo antes del grito de batalla, el sabor del agua de mar.

La respiración guiada con la mano del patrón, la sensación de presión que hacen las gomas en el empeine con cada palada, el crujido del estrobo cuando se queda seco, la gota de sudor que te deja ciego.

El viento, las olas y el sol. La espuma y el horizonte roto. La agonía que proporciona el placer de caminar sobre el agua. De deslizarse bajo el límpido cielo del norte y sobre las aguas que ocultaron la Atlántida, ese océano donde se forjan los hijos de Neptuno y los domadores de tortugas marinas.

De no estar como cabras, si no de disfrutar de esta locura en cada minuto; De saber que el sacrificio y el dolor son las puertas de la antesala al cielo, de que nadie regalará nada sin pelear. Y tú no serás menos. 

A fuego y sangre; A sangre y oro. 



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