MicroSD

La cosa es que te dispones a acabar un trabajo que tienes pendiente y se te cae del estuche una pequeña caja con tarjetas micro SD y su adaptador. 

Fue una de estas cosas que compraste en Alcampo hace años estando de rebajas tecnológicas, y vas metiendo en esa caja todas las tarjetas de los teléfonos que han pasado por tu mano, porque en los tiempos de antes, con el teléfono, te regalaban la tarjeta de marras. Ahora como dice Doña Fina: ¡A pagar! ¡A pagar!

Mi abuela siempre me dice que el que guarda siempre tiene, y está claro que por guardar no quedó.

Y crucé la línea sin darme cuenta de en qué jaleo me estaba metiendo. Fotos desde el 2007 hasta el 2014, listas de canciones y como no, el Alias. El último resquicio que quedó del tan lejano Messenger, el (_+'M@h!a'+_) que se ponía de colorines con los códigos que se le cargaban con el copia y pega. 

Pero qué sabrá esta juventud lo que era el Tuenti, el Messenger y el Terra. El día en que vuelvan los zumbidos revienta Whats App.

Y empiezas a rebuscar, pero de esto que rebuscas bien, carpeta por carpeta y sacando la opción de ocultos, instalando el Recuva y ale, a pastar. A sachar na leira. Miles de fotografías, de letras de canciones, de recuerdos. Hasta fotos del 13 de septiembre de 2009, que fue la primera vez que salí de fiesta por Vigo con 17 años, o el primer borrador de “El Sello de Mármol”.

Pero hubo algo que me alegré de encontrar, y al margen de fotografías y de canciones, no era otra cosa que el saber que sigo siendo en parte el mismo. Que hay una parte que nunca cambiará, y me alegro de haberme cruzado con ella.




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