Concex


Como el polvo que se levanta del suelo cuando cae un peso muerto. Como el gancho que te deja noqueado después de una paliza de las buenas, de las que recordarás toda tu vida y que te acompañará hasta la tumba, como el fuego de tu corazón que calcinará la sangre con cada latido.

Con los huesos desencajados y los músculos desgarrados, con los ojos hinchados y los oídos embotados. Con el tabique nasal desviado de tal forma que tengas que respirar por boca, saboreando el hierro en la garganta, y tan mareado que eres incapaz de percibir lo que tocan tus manos.

Roto por completo, con apenas aire en los pulmones y sangre en el cuerpo. Pero todavía aguantando. Fielmente anclado a los juramentos que te prohíben sentarte a morir. A que cada puñetazo de la vida sea un impulso para seguir adelante, a probar todas y cada una de las llaves que hay en el llavero. 

A jugar la baza de que la última llave sea la que abre la puerta, y si no es así, dale patadas y puñetazos hasta que termine por romper. Hasta que acabe abriendo. 






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