The Song of the Sea

Las paredes son de mármol blanco, las barandillas de latón, y el techo de cristal. Cuando entré en su interior olía a aceite de motor, a calor residual de motores, a mar. Una amiga me dijo que si no tenía frío porque ella se moría, y era curioso porque en ese preciso momento le estaba diciendo el calor que hacía allí dentro.

Era un calor curioso... Realmente curioso. No era el calor agobiante de la calefacción, ni tampoco era ese calor seco de estancias cerradas. Era como ese calor que hay en casa cuando llegas después de varias semanas fuera. 

Creo que uno madura no cuando acepta los fallos, si no cuando acepta fallos que arrastran años a sus espaldas, levanta la cabeza y asume que eso no es lo que de verdad le pide el corazón. Que estuvo bien mientras duró, pero que la canción del mar es lo más romántico que ha escuchado después de esos te quiero al oído en las noches de frío.

No recuerdo una gran frase del viejo marinero, era muy pequeño cuando el comenzó ese viaje sin vuelta atrás, pero lo que sí que recuerdo es el cariño y respeto que me inculcó a esa gran extensión de tierra azulada, líquida y transparente.

Esta mañana algo en mi interior, mientras cruzaba aquellas puertas, me decía que después de mucho tiempo por fin había encontrado mi lugar en el mundo; que había encontrado el sentido de mi vida.

Entradas populares de este blog

No enemies

Las pilas de Nesperino

Ratón y mantequilla