Efrén

Siempre han existido esos héroes anónimos que no tienen armaduras de láminas ni escudos dorados. Héroes que van por la calle a pecho descubierto, con las manos llenas de tierra y frío que cala hasta los huesos.

Son héroes que no llevan uniforme de ningún ejército pero que defienden a capa y espada su Nación. Esa Nación cuya frontera es la piel del cuerpo, y esos bastiones donde se libran las más oscuras y duras batallas. Son héroes que luchan día tras día para tener una luz a la que seguir, tener unas horas más de historia en un telar que abarca lo largo y ancho de ese mundo. En seguir siendo uno de esos  finos hilos que en algunos casos se terminan cortando antes de tiempo. 

Por algún extraño motivo hoy me he acordado de esos valientes que luchan por la supervivencia, de esa gente que no lleva medallas en la pechera, pero que tiene un corazón que no le cabe en el pecho, que no tienen un día oficial de actos porque todos los días son días de lucha, días de entrega, pasión y sacrificio por atisbar el único ideal que yace en el subconsciente más oculto, en lo más recóndito de las entrañas de ser humano.

Ese curioso instinto que te obliga a pelear por ver el amanecer un día más. 


Entradas populares de este blog

No enemies

Las pilas de Nesperino

Ratón y mantequilla