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Imagínate que por un momento te ponen delante dos opciones:

En un lado tienes todo lo conocido; tienes un punto de mira más que calibrado, tienes cogida la aguja de marear, tienes a tu disposición información, teléfonos, apoyo, y la oportunidad de consolidarlo y ser un punto de apoyo vital que permita que las cosas sigan funcionando bien. Pero en el otro lado tienes lo desconocido. En este lado tienes la opacidad en persona, tienes más imposibles que aldeas hay por el mundo perdidas y tienes unos follones que pa’ qué.

Las personas normales no suelen cambiar toda su vida cuando tienen todo asentado y más que asentado. ¿Para qué meterse en berenjenales? ¿Para qué seguir siendo un caballero de causas perdidas, cuando recibes más hostias que caricias por ese camino? Más vale malo y conocido que bueno por conocer, o al menos, eso es lo que dice... Pero que leches, ¿Cuándo me ha gustado a mi lo fácil?

Ha sido una de esas duchas frías en pleno corazón del invierno la que te hace pensar si lo que haces, es lo que de verdad quieres hacer, y si esto no se trata de uno de esos impulsos que tienes semicontrolados.

Alguien me ha dicho que no sabía ni cómo ni cuándo, pero que llegaría a donde tenía que llegar. Por lo de pronto, creo que he tomado finalmente la decisión que debo tomar, y es la de dejar atrás ese pueblo que me ha formado, para luchar por aquel que me lo ha dado todo. Dejar de lado la comodidad de saber lo que hay, por el sacrificio que supone meterse en un mundo completamente nuevo.

Por un instante, toda mi infancia pasó volando por delante de mis ojos, y creo que puedo decirlo por fin: Hoy, sin darme cuenta, he vuelto a casa. 


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