El Rey Errante



Había una vez un Rey sin trono ni reino, pero con muchas promesas grabadas a fuego en su pecho. Promesas que había firmado a lo largo y ancho de su camino como caballero errante por el mundo que le rodeaba, y que lo llevaron a descubrir historias que jamás habría imaginado o conocido cualquier mortal que pisara esta tierra.

Era un Rey Errante. Era un Rey que caminaba por las noches a la sobra de su corona de plata, armado con sus sentimientos y con sus ganas, un Rey sin medios, sin poder, sin gloria, pero con un corazón que abarcaba la inmensidad del mundo, y gente que lo apoyaba.

Era un Rey anónimo, era un Rey sin sangre real y sin palacios en los que habitar, era un Rey que dormía en las campiñas bajo la radiante luna de verano, y en las cuevas de las montañas durante el duro invierno, pero era eso mismo lo que lo convertía en Rey, en dueño y señor de sus palabras, de sus promesas y de sus ideales.

En el Rey de su propio camino y de su propia vida.


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