Muñecos de trapo

Creo que todos en más de alguna ocasión nos hemos sentido como esos muñecos viejos que encontramos un día tras mirar en los trasteros. Los miramos, recordamos como aquellos seres inanimados eran nuestros acompañantes en nuestros largos viajes sobre reinos lejanos, o sobre el barco que podía ser nuestra cama. Como el viento que entraba por la ventana, nuestra imaginación, lo tornaba con aroma salado, y de como se mostraba el amplio horizonte ante nosotros, todo un mundo de imaginación que se nos mostraba tal y como nosotros quisiéramos. Que recuerdos cuando nuestra mayor preocupación, era que no le pasara nada a nuestro muñeco. 

Ahora hemos crecido, muchos han olvidado esos reinos que inventábamos de pequeños, poniendo los pies en la tierra, otros han vivido hasta el extremo de perderse en sus propios mundos imaginarios. Luego estamos los que pertenecemos a una curiosa especie que no sé muy bien como denominarla. Todos los escritores pertenecen a este grupo de personas. Gente que se pasa todo el día en la tierra, y que por la noches, cuando coge un papel y un bolígrafo, o su ordenador, comienza a escribir y escribir. Bucear en todos esos rincones que nuestra mente de forma ilimitada nos presenta.

Sí, hemos crecido, mucho diría yo. Pero no voy a negar que hay momentos en los que olvido que vivo en este mundo, momentos que atesoro cuando escribo en mi segundo libro, o en esos relatos que comparto con mis amigos más allegados. No me considero un escritor, aún me queda mucho camino para llegar a eso, simplemente, por ahora, me creo una persona capaz de permitirte ser eso  que siempre has deseado ser en tus sueños más íntimos, y lo más importante, puedo hacer que te olvides de tu vida, de tu pasado, presente y futuro, viajando a un lugar que ha nacido de mi cabeza. Es por eso que cuando me preguntan cual es mi mayor virtud, respondo que es aquella llamada imaginación.

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